"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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27-07-2012 |
El difícil camino a un “gobierno barato”.
Fernando Luis Rojas
Transcurridos catorce años de la anterior cita partidista, se desarrolló en abril de 2011 el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba. La reunión – un momento importante dentro del proceso de cambios anunciado por el presidente cubano Raúl Castro Ruz – dedicó sus sesiones a la discusión del Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social, como cierre de un proceso de consulta popular que abarcó las organizaciones políticas, centros de trabajo y comunidades.
Al pronunciar las palabras de clausura del Congreso, el General Raúl Castro – electo Primer Secretario del Partido Comunista – convocó para el 28 de enero de 2012 a una Conferencia Nacional de la organización, con el objetivo de abordar cuestiones relativas a la actividad partidista, la labor ideológica y la vida política del país. Un nuevo proceso de discusión – ahora más limitado – tributaría la opinión de la militancia del partido y su organización juvenil (la UJC) acerca de los documentos preparados con este fin.
De estos procesos, enunciados anteriormente, me interesa compartir dos observaciones: • Dedicar las sesiones del VI Congreso del Partido Comunista – después de catorce años del anterior cónclave – a la discusión del Proyecto de Lineamientos, confirmó la prioridad del tema económico para la dirección de la organización política y por tanto – por la coincidencia existente entre las principales figuras del Partido y el Estado – para la dirección estatal. • Convocar para nueve meses después a una Conferencia del PCC que atendió cuestiones de la vida orgánica, la actividad política y la ideología, evidencia la importancia de estos asuntos. Un legítimo proceso de cambios debe articular estos temas y la economía.
II. ¿Cuánto escuchamos a Lenin?
La Conferencia concluyó hace tres meses, ratificando las prioridades y objetivos del Partido Comunista en temas vitales como: el trabajo político – ideológico, la política de cuadros, la estructura y funcionamiento de las organizaciones políticas y de masas, entre otros. La implementación práctica de estos objetivos deberá responder – entre otras – a una de las mayores deudas en materia política: las relaciones de poder establecidas a nivel de Estado, Gobierno, Partido y en el marco de las organizaciones políticas y de masas existentes.
Los eventos mencionados con anterioridad, las actividades de la Feria Internacional del Libro de La Habana y los encuentros de Fidel con un importante grupo de intelectuales asistentes a la fiesta del libro en Cuba; pusieron nuevamente sobre la mesa la necesidad de buscar alternativas liberadoras y revolucionarias para hacer frente a las problemáticas contemporáneas. Una de ellas – en mi opinión – radica en el perfeccionamiento de los proyectos anticapitalistas, el de Cuba por ejemplo. Funcionalidad y perdurabilidad, constituyen dos retos que de ser afrontados exitosamente por los cubanos, estaremos prestando un gran servicio a la Humanidad.
Volvamos a lo que identificamos como una deuda en un párrafo anterior: las relaciones de poder establecidas a nivel de Estado, Gobierno, Partido y en el marco de las organizaciones políticas y de masas existentes. Nos apoyaremos en uno de los clásicos del marxismo, que nos continúa llamando desde sus escritos a generar una teoría basada en la práctica política contemporánea.
En su libro “El Estado y la Revolución” Lenin realiza un análisis detallado de la experiencia de la Comuna de París y las valoraciones realizadas por Marx sobre este trascendental acontecimiento. En este particular, el líder de la Gran Revolución Socialista de Octubre señala:
“(…) es singularmente notable una de las medidas decretadas por la Comuna, que Marx subraya: la abolición de todos los gastos de representación, de todos los privilegios pecuniarios de los funcionarios del Estado al nivel del salario de un obrero . Aquí es precisamente donde se expresa de un modo más evidente el viraje de la democracia burguesa a la democracia proletaria, de la democracia de la clase opresora a la democracia de las clases oprimidas…” .
Y más adelante:
“La completa elegibilidad y la amovibilidad en cualquier momento de todos los funcionarios sin excepción; la reducción de su sueldo a los límites del salario corriente de un obrero: estas medidas democráticas, sencillas y evidentes por si mismas, al mismo tiempo que unifican en absoluto los intereses de los obreros y de la mayoría de los campesinos, sirven de puente que conducen del capitalismo al socialismo (…) Al suprimir las dos mayores partidas de gastos, el ejército y la burocracia, la Comuna – escribe Marx – convirtió en realidad la consigna de todas las revoluciones burguesas: un gobierno barato.”
III. ¿Un gobierno barato?
Desde el triunfo de la Revolución Cubana, las nuevas autoridades – aun en medio de los conflictos generados por la coexistencia de tendencias diversas y opuestas al interior del gobierno instalado en el Palacio Presidencial el 5 de enero de 1959 – acordaron reducir sus salarios significativamente.
Uno de los ejemplos más fehacientes lo aporta el Presidente de la República Osvaldo Dorticós, quien explicó públicamente en varias oportunidades las razones por las que no quiso residir en el Palacio Presidencial, rompiendo con una costumbre establecida. “Él, persona sobria, no tenía aptitud para vivir en una mansión ejecutiva que le resultaba una prisión. Residir entre tanta ostentación de riqueza lo entendía como un insulto y un bofetón a la sensibilidad popular en un país de miseria extendida” . De igual forma, la primera medida de gobierno propuesta por Dorticós al Consejo de Ministros fue la necesidad impostergable de reducir los excesivos gastos del Ejecutivo de la República. Sirvan estos ejemplos para mostrar las tempranas acciones del gobierno revolucionario en función de “un gobierno barato”.
Ciertamente, cincuenta años después resulta insuficiente la información ofrecida al pueblo sobre estos gastos; sin embargo, me atrevo a identificar las dos aristas más débiles que se presentan para alcanzar este objetivo leninista y pueden percibirse en otro sentido.
En primer lugar, existe en el país un excesivo número de estructuras organizacionales políticas y de masas – en su mayoría no productivas en el ámbito económico – desde la base hasta el nivel nacional. La red de organizaciones cubanas tiene su origen en los primeros años de la Revolución , en un contexto bastante diferente al actual, por ello se encuentra a la orden del día la discusión sobre la funcionalidad de estas agrupaciones.
Hasta ahora, la operación matemática más visible para evaluar los gastos de las organizaciones es la de multiplicar. Tomemos como referente siete organizaciones (OPJM, FEEM, FEU, UJC, CDR, CTC y FMC); consideremos que cada una tiene estructuras a nivel de base, municipal, provincial y nacional con una significativa cifra de cuadros profesionales que perciben un salario por su actividad de dirección. Estas organizaciones desarrollan cada determinado tiempo plenos, asambleas y congresos que implican asignación de recursos. Incluyamos además los insumos fijados para el desarrollo de la actividad de dirección: locales, carros, combustible, pasajes, alimentación, hospedajes, entre otros. Si a ello sumamos la cuestionable funcionalidad de algunas estructuras se confirma la urgencia de reorganizar todo este entramado.
Este llamado no obedece a un ingenuo anarquismo, que desconozca la importancia de las instituciones para el desarrollo de la sociedad y en particular de la Revolución Cubana. Comparto abordajes realizados por investigadores como el profesor universitario Carlos Alzugaray Treto que en su premiado ensayo “Cuba cincuenta años después: continuidad y cambio político” expresa: “Estos planteamientos sobre la importancia de las instituciones y su eficacia, que no puede separarse de su legitimidad, se contraponen a un criterio bastante generalizado de que la mejor manera de luchar contra la burocracia es la subversión de las instituciones y su sustitución por mecanismos informales de toma y puesta en práctica de decisiones. La realidad es que minar las instituciones conduce inevitablemente a la pérdida de legitimidad del sistema en su conjunto” .
La disminución de las excesivas estructuras presentes en las organizaciones políticas y de masas no solo ofrecería beneficios relacionados con la máxima de Marx y Lenin de lograr un “gobierno barato”. En el ámbito político también se presentan potencialidades, por mencionar solo tres: menor espacio a la burocratización, fortalecimiento de la base y una formación de cuadros de dirección con mayor acercamiento a la práctica cotidiana de las organizaciones.
IV. Epílogo…
La segunda arista del problema que atenta contra la consecución de “un gobierno barato” es aun más lasciva para la aspiración de caminar el sendero socialista. Aparece estrechamente vinculada a cuestiones éticas y radica en los beneficios percibidos por algunos dirigentes o sus familiares. Abordar esta cuestión a fondo requeriría un detallado estudio de casos y casi una práctica detectivesca; pero es necesario reconocer que hablamos de un problema que supera los casos de corrupción divulgados en los últimos años.
Sirva esto como alerta, aunque diariamente la calle y la opinión popular nos ofrecen alertas dignas de escuchar y actuar. La Revolución Cubana también tiene ejemplos arquetípicos de lo que constituye rectitud moral como nos recuerda el profesor de la Universidad de Holguín Jorge Luis Guasch refiriéndose al Che: “Fiel a su conciencia comunista y a su ética revolucionaria, destacaba: En nuestro caso, hemos mantenido que nuestros hijos deben tener y carecer de lo que tienen y de lo que carecen los hijos del hombre común; y nuestra familia debe comprenderlo y luchar por ello . No es digno abogar por la defensa del socialismo, pretendiendo al mismo tiempo alcanzar un modo de vida burgués, tanto en lo material como en la vida espiritual” . ¿Quién sería el hombre común en medio del complejo mosaico socioclasista de la Cuba actual?, regresemos al principio de este trabajo y apostemos por Lenin: “…la abolición de todos los gastos de representación, de todos los privilegios pecuniarios de los funcionarios del Estado al nivel del salario de un obrero”.
De manera breve hemos ofrecido dos aristas de una de las tareas a resolver por la Revolución en el plano político. No es la única y tampoco la de mayor urgencia. Para muchos, la idea de “un gobierno barato” constituirá la alusión a un principio primitivo; en mi criterio, en un país con grandes disyuntivas económicas, cualquier paso que articule la práctica política y la economía es necesario.
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